lunes, 16 de abril de 2012

La huelga o la vida


Hace unos años acudí, invitada por la Asociación de Alcohólicos Rehabilitados (ARVA), a un debate en el Centro Cívico de Canterac sobre el “botellón”. Más allá de valoraciones morales intenté buscar una explicación social a este cambio cultural en el ocio, propio de mi generación. Decía entonces, y lo mantengo, que cada vez se llega a una edad más temprana a la condición de clientes y, por el contrario, llegamos más tarde a la plenitud ciudadana tal y como se entendía: trabajo estable, vivienda, relaciones familiares consolidadas, etc. El tránsito de la niñez a la vida adulta es cada vez más largo en lo que importa, pero mientras tanto se buscan (y se promueven) formas de ocio que nos evadan aquí y ahora de la situación de incertidumbre que lastra nuestra juventud.

Incertidumbre y precariedad son, sin duda, las dos características que marcan a mi generación. Todo es provisional, nada te pertenece. Poca gente de mi edad puede decir que su profesión es la de electricista, abogada, dependiente de una tienda o cualquier otra. Tampoco tiene una vida ligada a un barrio determinado, porque el trabajo le lleva fuera de la provincia o los precios de la vivienda a los municipios del entorno. Las posibilidades de planificar la propia vida son cada vez menores, nos faltan certidumbres para no temer dar un paso en el vacío, como le está pasando a miles de personas que se ven desahuciadas al no poder hacer frente a sus hipotecas.