Centro
Cívico Delicias, domingo 25 de Mayo, 20:05 h. Las personas que
forman la mesa electoral 4-038-A (mira que les ponen nombres
complicados) comienzan a sacar las papeletas y las empiezan a apilar
en montones. El recuento avanza y los montones van creciendo, pero
algo se sale de lo común: hay al menos cinco montones casi igual de
altos. En ellos hay 70 papeletas para el PSOE, 57 para IU, 47 para
UPyD, 38 para Podemos y 37 para el PP, que queda en quinto lugar. No
estuve allí, pero puedo imaginar las caras de sorpresa, que se
repitieron en muchas otras mesas en toda la ciudad.
Apenas
dos años y medio antes, en esa misma mesa, la fuerza más votada
había sido, precisamente, el Partido Popular, seguida muy de cerca
por el PSOE. Sus montones eran el triple de altos que los de
Izquierda Unida o UPyD, a pesar de que los resultados de estas
formaciones eran bastante buenos. El domingo, todas esas formaciones
le habían adelantado, e incluso una totalmente nueva como Podemos
también. Obviamente no es algo que haya sucedido, con tales
dimensiones, en todo el barrio ni en toda la ciudad. Pero la
tendencia, con mayor o menor intensidad, ha sido un descenso
vertiginoso de los dos grandes partidos en favor de otras formaciones
políticas, todo ello en medio de una altísima abstención. Un
verdadero terremoto electoral que tiene como trasfondo un intenso
cambio social.
Y
quiero centrarme en el cambio social porque el error sería ahora
poner el acento en festejar el éxito de las organizaciones políticas
que hemos salido reforzadas de ese apoyo electoral. Lo importante es
que, como sociedad, parece que empezamos a salir del letargo y a
buscar alternativas. Cierto es que no votó ni siquiera la mitad de
la población, pero también lo es que de esa poca gente ni siquiera
la mitad votó las opciones de siempre. Hay desánimo, mucho, y
desencanto muy comprensible. Pero quizá los resultados del domingo
hayan encendido una bombilla en la cabeza de mucha de la gente que
prefirió no ir a votar y que tal vez hoy ya piensa que no es
imposible cambiarlo todo, que no todo tiene por qué ser como siempre
ha sido.
El
reto que tenemos delante como sociedad, como pueblo, es ser capaces
de recuperar la ilusión creyéndonos que es posible retomar nuestro
destino.
Para ello, debemos dejar de desentendernos de los asuntos públicos
para luego lamentarnos. Empiezan a cobrar fuerza alternativas
electorales, pero tampoco servirán de mucho si esperamos que “nos
lo arreglen”, como si estuviéramos buscando mesías que sustituyan
a quienes nos han guiado (mal) hasta donde estamos. Esas alternativas
serán realmente positivas si consiguen poner las instituciones al
servicio de la mayoría social y lejos de quienes intentan comprar
voluntades. Y para ello es necesario poner en los ayuntamientos y
parlamentos a gente honesta con propuestas decentes, pero no es
suficiente. Tenemos que organizarnos, que ser partícipes de la
construcción de una nueva sociedad que aprenda de los errores del
pasado y que sepa poner los derechos de las personas por encima de
todo.
Nadie
nos va a regalar nada, pero desde el domingo nos creemos un poco más
que podemos conquistar el futuro. Y tenemos que ganarlo, porque nos
jugamos nuestras vidas.
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